martes, 28 de mayo de 2019

Nueva Literatura de Costa Rica


Publicado en La Jornada Semanal 26 de mayo 2019








Sostener la palabra: nueva literatura de Costa Rica

Desde la perspectiva de la mercadotecnia editorial, pareciera que la literatura en español surge casi entera de Argentina, España, Colombia, México, ocasionalmente de Chile y, gracias a un puñado de autores, de Nicaragua y Guatemala. Nada más falso, pero a favor de esa distorsión abona el desconocimiento casi absoluto que padecemos respecto de las letras generadas en otros puntos de América Latina. Contra ese desconocimiento lucha este dossier de nueva literatura de Costa Rica que preparó y presenta Xabier F. Coronado, con sendos artículos sobre la narrativa y la poesía costarricenses de las décadas recientes, así como una breve muestra de un trabajo colectivo notable.

Sostener la palabra:

la poesía costarricense actual







Xabier F. Coronado

I


La poesía viene de un lugar que nadie domina y nadie puede conquistar.
Leonard Cohen
Hablar de poesía siempre es problemático, es quizás el menos definible de todos los géneros literarios. Esta cualidad, que para algunos es un defecto, para otros constituye su más preciada virtud. ¿Qué características deben tener las palabras reunidas en versos para que en conjunto formen un poema? Ninguna, ni siquiera la rima o una estructura específica en versos y estrofas son condiciones necesarias para que la palabra escrita adquiera la misteriosa y mágica cualidad de ser poesía. Podemos ir más allá, pues tampoco es absolutamente necesario que estén escritas.
En un remoto pueblo de las montañas de Asturias, en el norte de España, conocí hace bastantes años a un poeta campesino. Era ganadero y labrador, naturista y vegetariano por convicción en un medio y un tiempo, los años ochenta del pasado siglo, cuando manejar esos conceptos era algo ajeno a aquel mundo donde prevalecía la dieta del embutido y la falta de conciencia sobre salud física y ecológica. El nombre de este poeta es Hilario Marrón. En nuestros diferentes encuentros, caminatas y charlas al calor del fuego y la amistad, Hilario me recitó un sinnúmero de poemas que nunca habían sido escritos en soporte alguno. Habían surgido de su mente en momentos de inspiración —casi siempre provocada por el asombro ante la sublime belleza de la naturaleza— y permanecían vivos en ella. Incluso habían evolucionado con el tiempo y había hecho correcciones de estilo, en ese mismo soporte neuronal, a aquellas églogas emanadas de la plenitud que sentía en su existencia campestre y bucólica. Con lo expresado anteriormente se pretende corroborar la tesis formulada en un principio: la poesía es la materia literaria más ambigua, no posee reglas ni cánones que sean imprescindibles. Por eso, este ensayo se abre con la cita de un poeta que afirmó que la poesía procede de una zona libre que nadie domina ni puede conquistar.
Aunque el que suscribe no es muy partidario de agrupar a los poetas por nacionalidades –porque la poesía nace en un territorio ignoto y universal donde banderas, fronteras e himnos patrios no tienen cabida–, esta introducción viene al caso para hablar de poesía contemporánea escrita en Costa Rica, con base en la selección publicada en el libro Sostener la palabra. Antología de poesía costarricense contemporánea (San José: Editorial Arboleda, 2ª edición, 2018), compilada por el también poeta y novelista tico Adriano Corrales Arias. Se trata de un volumen que tiene el preciado valor de abrirnos la puerta a la obra de más de medio centenar de poetas, todos ellos con poemarios personales publicados, que de otro modo no podríamos acceder dados los consabidos problemas de difusión que sufre la poesía. Un valor en alza cuando se trata de autores que publican en un círculo editorial con escasa repercusión más allá del ámbito centroamericano.

II

A pesar de su dimensión y variedad, la poesía costarricense es una de las líricas territoriales menos divulgadas en el continente americano aunque, paradójicamente, ha suscitado numerosas antologías, muchas de ellas realizadas por los propios poetas ticos, quizás en un intento de hacer bueno el refrán de que la unión hace la fuerza y así, en bloque combinado de diferentes autores, poder alcanzar la difusión y repercusión que se merecen.
Como precisa Adriano Corrales en su introducción a este libro, la poesía que se escribe desde hace años en Costa Rica —podemos retrotraernos a mediados del siglo pasado—, creada por autores que han nacido o se han afincado en ese territorio, ha tenido un desarrollo particular e interesante. Para cualquier neófito, o incluso alguien versado en poesía costarricense, es condición previa ineludible leer con detenimiento el esclarecedor texto introductorio de Adriano Corrales para ubicarse y poner en contexto lo que va a encontrar en este volumen cuajado de buenos poetas e interesantes composiciones.
Quienes conocemos, aunque sea parcialmente, la realidad poética centroamericana, y la costarricense en particular, somos conscientes de la riqueza y calidad de la poesía que se hace en esa parte del planeta. Los herederos de Darío hicieron buenas sus enseñanzas y a lo largo del sinuoso y bello territorio que une las dos partes del continente americano, ser poeta es algo casi innato, que se lleva con sano orgullo, dignidad creativa e inquietud existencial. Las raíces de la poesía en Costa Rica fueron alimentadas por autores que hicieron florecer y madurar su obra en diferentes épocas. Entre otros muchos, podemos nombrar a Lisímaco Chavarría (1878-1913), un poeta de singular lirismo modernista; Roberto Brenes (1874-1947), activo educador, poeta y ensayista; Eunice Odio (1919), poeta nacionalizada mexicana y fallecida en nuestro país en 1974, que dejó una particular poesía del éxtasis que navega entre el amor y la naturaleza, especialmente en sus obras Los elementos terrestres (1947) y Tránsito de fuego (1957): “Ven/ te probaré con alegría./ Tú soñarás conmigo esta noche/ y anudarán aromas caídos nuestras bocas./ Te poblaré de alondras y semanas/ eternamente oscuras y desnudas.” (“Posesión en el ensueño”); otro ejemplo de su calidad poética son estos versos del poema “Este es el bosque”, escrito en México en 1966: “¿A dónde vamos compañero, sin nada al sol?/ Vamos a la sagrada forma/ que no duerme jamás;/ al atareado aroma solitario, a la sangre/ que sólo sale al viento por un golpe,/ desgastando lo que toca en su tránsito.”
Otros precursores de la poesía contemporánea en Costa Rica, responsables de su importancia y trascendencia, son: Alfredo Sancho Colombari (1924-1992), poeta, novelista y dramaturgo fundador del Instituto Nacional de Artes Dramáticas de Costa Rica (inad), un autor hoy prácticamente olvidado que también vivió y falleció en México (Cantera bruta, 1965); el prolífico Alfredo Cardona Peña (1917-1995), escritor muy relacionado con México a donde llegó en 1938, docente de literatura española en la Escuela de Verano de la UNAM, e integrante de la llamada Generación Tierra Nueva –vinculada a la revista del mismo nombre, al lado de poetas como Alí Chumacero y González Durán—, que publicó la mayor parte de su obra en nuestro país (El mundo que tú eres, 1944, Los jardines amantes, 1952, Sonetos enamorados, 1958, Confín de llamas, 1969): “Es preciso no saber demasiado,/ adivinar las cosas, repartir nuestros ojos/ en millones de mundos que nos miran.”; Isaac Felipe Azofeifa (1909-1997) poeta, educador y político que entre Trunca unidad (1958) y Órbita (1996), dejó una decena de libros que transitan desde el modernismo a las vanguardias poéticas.

III

Entre los que han tenido más influencia en generaciones posteriores está Jorge Debravo (1938-1967), un poeta muy leído y estudiado (Milagro abierto, 1959; Poemas terrenales, 1964; Nosotros los hombres, 1966) que trasciende la tendencia modernista, estilo que copó el horizonte poético costarricense durante la primera mitad del pasado siglo, y abre el llamado “período de vanguardia literaria”. A Debravo le siguen otros poetas más recientes: Laureano Albán, Rodrigo Quirós, Mayra Jiménez, Julieta Dobles y Ronald Bonilla, quienes son el eslabón de la cadena que enlaza con las nuevas generaciones.
De esta variada herencia surgió una amplia nómina de autores que forman la heterogénea escala de voces de la realidad poética actual en Costa Rica. Una poesía experimental y contestataria, contracultural y apasionada, que se encuentra dispersa en un espectro editorial que abarca numerosos libros, revistas y antologías. Sobre la poesía costarricense contemporánea, el escritor Jorge Boccanera apunta en su libro Voces tatuadas. Crónica de la poesía costarricense 1970-2004, que durante ese período la poesía hecha en Costa Rica, además del lenguaje menos rígido y la búsqueda de otras posibilidades estéticas, también había cambiado “el lugar del poeta, situado ahora en el polo opuesto del intérprete del universo, más cerca del antihéroe que echa mano a lo lúdico y se torna sarcástico y coloquial en el desmenuzamiento de la zozobra cotidiana. Se escribe una poesía proclive a la mixtura de estilos y mundos culturales diferentes. Surgen nuevos caminos expresivos que fusionan lenguajes: poesía visual, juegos tipográficos, collage, técnicas de montaje, textos de historieta y letras de canciones.”
En definitiva, la experiencia de sumergirse en la lectura del volumen Sostener la palabra es un acto de lo más recomendable para cualquiera que viva y disfrute la poesía. Supone un baño revitalizante de arte poético donde, entre los más de sesenta autores seleccionados, nos encontramos con la madurez lírica de los poetas nacidos alrededor de 1950: Anabelle Aguilar Brealey, Juan Antillón, Alfonso Chase, Helio Gallardo, Mayra Jiménez, Guillermo Sáenz Patterson, Osvaldo Sauma y Joaquín Soto; la frescura de los nacidos a partir de 1960, entre otros: Melvin Aguilar, Nidia María González, Mainor González Calvo, Ana Istarú, Silvia Piranesi, Adriano de San Martín Corrales, Joaquín Soto y Carlos Villalobos; así como a los nacidos fuera de Costa Rica, residentes o naturalizados, como Carlos Calero, Helio Gallardo, David Maradiaga, Américo Ochoa y Camila Schumacher, que corroboran la tesis de que la poesía vive y crea por encima de fronteras y nacionalidades.
Por último, sólo resta precisar que Sostener la palabra es una antología que renueva la certeza, a veces olvidada, de que en todos los lugares del planeta subsiste una valiosa, y muchas veces desconocida, caterva de escritores que hallan en la poesía la forma de expresar su visión del mundo y comunicar sus experiencias. Este volumen facilita la entrada al espacio lírico de un país de interesante tradición poética, tan cercano como desconocido para los innumerables amantes de la poesía que vivimos en México.

Enlace con la publicación:

Poetas de Costa Rica

Calladita es más bonita

Camila Schumacher

Nunca resulta sexy
una mujer
que escribe poesía
redundante,quizás
incauta, claro 
puta
sólo si es bueno lo que escribe,
pero sexy jamás.

Nunca
ni en broma,
una mujer que escribe poesía
encuentra algún amante
que le pida
que le desgrane
versos al oído
que le hable
de amores disonantes,
de frustraciones ávidas,
de la acidez
de la página en blanco,
del ron añejo,
de la sopa de techo.

Si una mujer
escribe,
por ejemplo,
que el recibo de luz
le llega con recargo
no falta quien pregunte
por qué escribe
por qué no va al gimnasio
o cría un par de hijos
y aprende
que sólo
en la sentencia de divorcio
sus palabras tendrán
algún futuro.

La noche es un desierto

Camila Schumacher

Del amor
me queda la resaca.
Los restos del encuentro,
La ceniza y su olor
entre los dedos,
las huellas
mal borradas de un abrazo, 
os pelos desprendidos
en la almohada,
los recodos oscuros,
continentes del beso,
el fondo de los vasos
en que bebí
tu risa.

Y qué le voy a hacer, 
Yo más bien esperaba
de la vida otra cosa...

Otros, a la costumbre
la llaman esperanza
basta ver ese pájaro,
enjaulado, sin cielo
y todavía canta.


Vigilia

Mayra Jiménez

Yo que te he amado en secreto
desde el momento en que te vi,
primero.
Que tiemblo con sólo mirarte,
con oírte, con olerte.

Que toco la divinidad cuando te abrazo,
que casi desfallezco cuando te escucho,
colapso cuando me miras.

Que mis neuronas y mis hormonas se extravían
cuando ríes,
permanezco en vigilia
con tus poemas aquí.
Verás que me los sé.

Jamás creí enfrentar tal desafío,
transformar el amor
en este arte.

Sin título

Alfonso Chase

He escrito mucha mierda, dijo un poeta. Escribimos mierda. Excrecencias de palabras. Lo fundamental se queda adentro. Se hace parte del hígado, del corazón, de los pulmones. El acto de escribir es físico. Nunca el exorcismo para alejar la muerte. Se escribe porque se tiene la vejez del mago, la verdad de la alquimia, la piedra fundamental goteando el oro. La mierda, entonces, se transforma en fúlgido metal y de éste salen volando los cuervos del lenguaje.

Hay que nacer, nacer...

Ronald Bonilla

Hay que nacer de nuevo
para recoger el cielo de la fruta,
o su botón de sed o tu pezón enhiesto.

Hay que nacer, hay que nacer
para saber de la sustancia intangible del amor.
Hay que empujar a la matriz
para nacer al viento.

Hay que nacer, hay que nacer
como si volviésemos a naufragar entre la lágrima,
ya sin la carga del pasado
tornándose destino:
aquí de pronto, sólo olvido te pertenece:
sal de tu sangre a recorrer el sendero.

III

Anabelle Aguilar Brealey
Ese día me bañaré con agua de lluvia
perfumada con flores silvestres
no usaré ungüentos que escondan mi olor
vestiré chilaba blanca,
calzaré sandalias de hilos de oro.
Pulsará mi sangre de animal, esperando el encuentro
cubriré tu cuerpo, reposaré en tu lecho
a sabiendas de que la vida, me traerá la muerte

Sin título

Juan Antillón

El poeta
vende
queques estupendos
en tres cafeterías
cercanas
a su casa
y una lejana
para pagar
el colegio
de su hijo.
[...]
El poeta
vende
memoria
y reflexión
a mozalbetes
y damiselas
de universidad
a quienes importa
un pepino
lo que diga
para reparar zapatos y comprar electricidad.

El poeta
quisiera
vender
y vivir
de su palabra
pero sólo encuentra
lectores
gratuitos
de sus poemas
y editores
motivados
por la mejor intención
del tiburón.

Cuando te tropieces con él
después
de este encuentro
tu lánguida mano
acaso
rasque
el fondo del bolsillo
y contribuyas
a mantener
esta reliquia
y curiosidad del mundo
comprando
una
de las alarmas
contra incendio
que sin duda
andará vendiendo
para tantas
cabezas
llenas de paja
sobre paz
y democracia
y reformas
y justicia social
y perfección
capitalista.
En estos tiempos
útil oferta
ya ves.
Generoso
que es él.

Bolero irrepetible

Ana Istarú

Hombres que amé,
los esplendentes hombres de los cines som- bríos,
tormentosos o dulces,
los demonios garridos,
los de espléndidas crines,
los arcángeles tácitos,
escoltando la noche,
bordeando como un sueño mi cuerpo humedecido,
hombre tiernos, nefastos,
portentosos, cobardes.
Hombres castos (los tuve)
resguardando su fuego de mi pasión sin quicio,
los delgados, los altos, los altísimos,
los que tenían un dejo de avellana
en los hombros,
los feos
que tanto quise amar
como a los más hermosos,
buscando el tramo tibio detrás de sus rodillas,
el ángulo exquisito del tobillo
y sus contornos,
amores desvaídos,
amores elocuentes,
batallando exaltados al igual que San Jorge,
domeñando a mi madre,
el dragón crepitante.
Adónde fueron.
Y adónde fue mi madre.
Hombres que amé
con fe, con sed, con sinrazón,
con lucidez,
como un ciclón que encalla y es sólo desatino,
hombres que amé como nunca jamás,
y esa que soy y fui
y ya no seré nunca
está bailando ahora
perdida en un bolero irrepetible,
cargada de geranios,
de besos que no vuelven
como la línea dura de un astro que se astilla. 
Esto fue amor. Lo firmo
con mi saliva y puño
en un vaso de acero en el que brindo.
Hay una colegiala, en algún sitio,
que baila hasta el cansancio.

III

Este tratado apunta
honestamente
que el pudor y su sueño
no encuentran mejor dueño
que el rincón apacible
de la vagina
y me destina
a una paz virginal
y duradera.
Esto el tratado apunta.
Por ser latina y dulce
y verdaderamente inclinada
a una casta tensión de la cadera.
Y no lastima
al parecer
las intenciones puras
de tantos curas.
El novio se contenta,
al padre alienta
que en América Central
siempre se encuentra
su hija virgen y asexual.
Este tratado enseña
cómo el varón domeña
y preña
en la América central
y panameña.
Y de esta fálica
omnipotencia
mi rebelión de obreras
me defienda.
Porque tomo la punta de mis senos,
campanitas
de agudísimo hierro
y destierro
este himen puntual
que me amordaza
en escozor machista
y encarga lista
de herencia colonial.
Yo borro este tratado de los cráneos,
con ira de quetzal lo aniquilo,
con militar sigilo
lo muerdo y pulverizo,
como a un muerto ajado e indeciso
lo mato y lo remato
con mi sexo abierto y rojo,
manojo cardinal de la alegría,
desde esta América encarnada y encendida,
mi América de rabia, la Central.




Narrativa costarricense contemporánea: 

el oficio de contar lo propio



Por Xabier F. Coronado




I

La palabra literaria atraviesa fronteras y nos acerca, mientras se ofrece para ser recorrida por los lectores de otras latitudes y de diversos tiempos.
Margarita Rojas y Flora Ovares
Al hablar de narrativa contemporánea costarricense nos referirnos a las novelas y relatos que se escribieron y publicaron en este país centroamericano durante los últimos cincuenta años. Un período que comienza cuando los autores se liberan de normas y estructuras precedentes para dirigirse a una oleada de nuevos lectores con los que comparten la idea de que la modernización es un proceso que genera, sin remisión posible, desequilibrio, desintegración social y pérdida de rasgos de identidad.
El momento actual de la narrativa en Costa Rica es heredero de la nutrida producción literaria que dejó una extensa nómina de autores, aquellos que recorrieron un camino que atraviesa diferentes territorios históricos y sociales hasta llegar a nuestros días. El poeta y novelista Adriano Corrales, en el ensayo “La nueva novela costarricense” (revista Comunicación, 2013), ubica el inicio de ese camino hace poco más de un siglo, cuando se publican textos que son producto de “una mezcla de periodismo, costumbrismo, crítica, crónica e historiografía.” La obra El Moto (1900), de Joaquín García Monge (1881-1958) es señalada por muchos como la primera novela costarricense, aunque para Corrales y otros investigadores este texto es más bien “una transición entre el cuadro de costumbres y la novela”, y consideran a Jenaro Cardona (1863-1930) como el primer novelista de Costa Rica al publicar dos obras de temática urbana con un talante crítico frente a la religión y otros valores tradicionales: El primo (1905) y La esfinge del sendero (1914).
Posteriormente, un grupo de escritores se aglutinó alrededor de la revista Repertorio Americano (1918-1958), fundada y dirigida por García Monge, donde se publicaron textos que proyectaban la imagen de una nación en crisis por conflictos sociales e ideológicos. Entre estos nuevos narradores, que sobre todo escriben y publican relatos vinculados con recuerdos y tradiciones, destacan Carmen Lyra (Las fantasías de Juan Silvestre, 1919 y Cuentos de mi tía Panchita, 1920), pedagoga, escritora y militante comunista que se exilia en México y muere en 1949; y Luis Dobles Segreda (Por el amor de Dios, 1918 y Rosa mística, 1920). En el caso de Luis Dobles, merece la pena reseñar que su trabajo más ambicioso fue el Índice bibliográfico de Costa Rica, una obra documental de dieciséis tomos que compila todas las publicaciones realizadas en el país hasta 1930.
Más adelante surge un grupo de autoras y autores, la “Generación de los cuarenta”, que escriben una narrativa realista de denuncia social: entre ellos encontramos a Max Jiménez (El domador de pulgas, 1936 y El jaúl, 1937); Carlos Luis Fallas (Mamita Yunai, 1940); y Yolanda Oreamundo (La ruta de la evasión, 1949). Así, se llega a la década de los cincuenta donde se ubica la frontera que da paso a la narrativa contemporánea; al otro lado de esa línea divisoria hallamos un grupo de escritores que, en algunos casos, siguen publicando en la actualidad. Entre ellos hay que citar a José León Sánchez, escritor de cuentos y novelas que enlazan el humor con el realismo más crudo (La cattleya negra, 1967;La isla de los hombres solos, 1968; Tenochtitlan, la última batalla de los aztecas, 1986); Carmen Naranjo, poeta, narradora y diplomática (Los perros no ladraron, 1966; Diario de una multitud, 1974); y Alfonso Chase, novelista, ensayista y poeta con una obra literaria que se centra en la preocupación por el devenir colectivo y la búsqueda de la identidad personal; sus primeras novelas y relatos –Los juegos furtivos, 1967; Las puertas de la noche, 1974; Mirar con inocencia, 1975; Fábula de fábulas, 1979– han marcado la narrativa costarricense hasta el momento presente.

II

Durante el último cuarto de siglo emergen los primeros autores caribeños. Como consecuencia, los temas relacionados con los grupos sociales de origen africano –historia, cultura, marginación– se tratan por primera vez desde el punto de vista del escritor originario. Quince Duncan es uno de los más representativos, y en su obra destacan interesantes novelas y relatos: Hombres curtidos (1973), Los cuatro espejos (1975), La paz del pueblo (1979), Kimbo (1989); este autor tiene un relevante estudio que recopila la presencia de la negritud en la literatura de Costa Rica (El negro en la literatura costarricense, 1975).
Los escritores de fin de siglo y comienzos de milenio desarrollan una narrativa que surge como respuesta ante las causas generadoras de perturbación social –quiebra moral, corrupción institucional generalizada, censura y represión– que se dieron en el país a partir de 1980. Entre una gran cantidad de autores destacamos a dos escritoras: la primera es Tatiana Lobo, que en su novela Asalto al paraíso (1992) aborda como tema central la sublevación indígena de Presbere en 1709, y Calypso (1996), en la que explora, a través de un planteamiento étnico y cultural, las diferencias sociales en un pueblo de la costa caribe. La otra es Anacristina Rossi, una autora clave de esta época, cuyas novelas enriquecieron el panorama narrativo con temas nuevos y visiones más amplias desde perspectivas diferentes (María la noche,1985; La loca de Gandoca, 1992; Limón blues, 2002; y Limón reggae, 2007).
En otros autores encontramos obras que plasman, con neorrealismo descriptivo, el momento social a través del testimonio directo y la denuncia: Los sonidos de la aurora (1991) de Carlos Morales; Mundicia (1992), de Rodrigo Soto; Las estirpes de Montánchez (1992) de Fernando Durán Ayanegui; Retrato de mujer en terraza (1995) de Dorelia Barahona; y las novelas de Fernando Contreras, Única mirando al mar (1993) y Los peor (1995), que retratan realidades herméticas e inexploradas de ambientes urbanos. También resulta interesante la obra de Rodolfo Arias Formoso: El Emperador Tertuliano y la legión de los Superlimpios (1992), un relato tragicómico y burlesco sobre la sociedad de consumo y el funcionariado mediocre y conformista propio del sistema institucional. Otra novela reseñable es Los dorados (1999), de Sergio Muñoz, que narra en su propio lenguaje el proceso desintegración material y espiritual de las capas sociales más marginadas y excluidas.

III

Algunos de los novelistas surgidos a lo largo de las casi dos décadas del nuevo milenio son poetas que incursionan en la narrativa experimentando temáticas, lenguajes y estilos. Se trata de creadores inquietos que buscan en la referencia oral e histórica el repaso y la explicación de lo que se considera propio. En Costa Rica las variantes narrativas evolucionan y en el momento actual se reinventan la temática histórica y política, el relato costumbrista, el neorrealismo descriptivo, la novela negra y las vanguardias redimidas. Como ejemplo, dos novelas policíacas de Jorge Méndez Limbrick, Mariposas negras para un asesino (2005) y El laberinto del verdugo (2009), que conjugan un enfoque particular de la historia con la calidad de un trabajado oficio. Otro texto interesante es Verano rojo (2010), de Daniel Quirós, que agrega a la novela negra un componente histórico al relatar hechos acaecidos en 1984 en un lugar de la frontera entre Costa Rica y Nicaragua, la llamada “conjura de La Penca” que tuvo como protagonista al comandante guerrillero sandinista Edén Pastora.
La novela contemporánea en Centroamérica crea un espacio literario de debate y cuestionamiento de verdades históricas, aporta versiones diferentes al discurso oficial con el fin de llenar los silencios que en éste se producen al no querer abordar hechos que se podrían considerar censurables. La novela relata y revive la historia frente al olvido y la ocultación, asume un papel social y político al incorporar a una mayoría, que siempre fue dejada al margen del relato histórico, en el desarrollo de los acontecimientos.
La literatura costarricense contemporánea nos propone narraciones imaginadas y posibles del pasado, utiliza la historia como fuente de inspiración que aporta temas e interpretaciones y, sin querer sustituirla, ofrece datos para recuperarla y restablecer la memoria. Como ejemplo reciente en esta línea de novela histórica está la obra de Adriano Corrales, La ruta de los héroes (2017), un texto sobre la Guerra Nacional (1856-1857), enfocado desde dos perspectivas temporales diferentes, que hurga en la memoria para recordar hechos que han quedado en el inconsciente colectivo, rescatarlos y reescribirlos con el propósito de tejer un relato que llene los vacíos que no pudieron contar las crónicas oficiales.
Dentro de los caminos diversos por los que transita la nueva narrativa costarricense, también merece la pena hablar de otros textos que se crean sin más pretensiones que detallar formas de vivir la vida y comunicar experiencias que se suceden en la cambiante realidad urbana de San José. Entre ellos cabe mencionar Las aventuras del Oso mañoso (2015), relato de una época juvenil cuando se vive sin otras expectativas que la ansiedad diaria por satisfacer excesos y la necesidad de aventuras en la jungla citadina, una novela paródica, hilarante y entretenida, escrita por el poeta Mainor González Calvo.
Todo esto sucede con la narrativa contemporánea hecha en Costa Rica, una realidad literaria casi desconocida que no ignora su condición de origen y sobrevive porque se nutre de sí misma. Una literatura que explora múltiples caminos y enfoca visiones que transitan y trascienden diferentes planos estilísticos y estéticos. Las publicaciones aumentan y los autores surgen para asumir nuevos retos con el proceso creativo y la literatura, con la sociedad en que viven y con ellos mismos. De esta forma se impone una narrativa consciente, atrevida y turbulenta comprometida con el exigente oficio de narrar lo propio.

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Revista completa:


Reseñas Narrativa Actual de Costa Rica

Limón blues (2002)

Anacristina Rossi

En Revival las voces iban por abismos y había que dejarse caer con las voces. Entonces venía el trance. Le di las gracias al pianista [...] se puso a explicarme que el blues era así por sus notas azules, que eran notas tristes. Me explicó de esas notas y las notas subidas, que eran notas optimistas. El optimismo se llamaba “soste- nido” y lo contrario bemol. [...] después me puso como ejemplo un ánimo que se desanima: tocó la nota en bemol. Le dije que el bemol era triste pero más profundo. Asintió con la cabeza. Entonces me di cuenta: yo era un hombre en bemol.

Verano rojo (2010)

Daniel Quirós

El polvo. Odio el polvo. En esta época del año lo envuelve todo, como una telaraña ubicua. Se mezcla con el sudor y transforma la piel del rostro en una máscara ennegrecida. No importa cuántas veces me limpie con el pañuelo blanco que llevo en el bolsillo del pantalón, igual siento ese raspar incómodo sobre la piel, el sabor a tierra sobre los labios, que trato de humedecer con la lengua, pero que siempre terminan resquebrados. Lo mejor es pasar el día en el bar de doña Eulalia, desde donde se puede ver el mar, que a veces envía una que otra ráfaga de viento, que junto con un cigarrillo y una cerveza bien fría, hacen del día algo parcialmente tolerable.

"La carta", en Cuentos escogidos (2004)

Quince Duncan

Hierve. El agua sepultada en las venas de la tierra, y la tierra porosa, húmeda y el viento hierven. Contrastes. Un mundo heterogéneo reunido en los lindes del pueblo: contiene una unidad oculta que estalla en la policro- mía de su vegetación.

El ruido de los metales sofoca la queja de la tierra oprimida por la mucha necesidad, la angustia e intenso calor. Más fuerte que el sonido de los hierros carcomidos por el uso y el tiempo, se elevan los gritos: monótona plegaria de un pueblo que hierve.

Pan bon, pan bon, pan bon, cocadas... patí, cocadas, patí, patí, patí...
Íntimo, en aquella correntada de melodía, se siente el ritmo de una raza que no sabe claudicar. En los ojos, en las voces. Siquirres hierve, se hace pedazos.

Yucá, yucá, yucá, bofe... péscado... bofe... péscado... patí... patí, patí...





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