sábado, 30 de octubre de 2021

 

Publicado en la sección "Nortes" del diario Público
2021-10-28


“Por nuestra cultura”: A cien años del manifiesto constitutivo de la Biblioteca Popular Circulante de Castropol



El 20 de octubre de 1921 un grupo de jóvenes del Occidente asturiano ponían en marcha esta pionera experiencia en el medio rural.

Por Xabier F. Coronado
28 octubre 2021

A María Ramona Loriente Penzol




Este veinte de octubre del veintiuno se cumplió un siglo de la publicación del manifiesto, “Por nuestra cultura”, un texto que fue el origen del proyecto que dio lugar a la Biblioteca Popular Circulante de Castropol (BPCC), una institución que marcó un hito en la historia de las bibliotecas populares de este país. El manifiesto, que apareció en el periódico Castropol, ocupó toda la primera plana del decenario y estaba firmado por ocho jóvenes estudiantes del concejo que denunciaban la alarmante situación cultural que se vivía en la comarca; también exponía que, con el fin de paliar esa preocupante realidad, “surge en nosotros la iniciativa de crear una Biblioteca Popular Circulante —lo único realizable, por hoy, en nuestro pueblo— con el fin de fomentar la propagación de la cultura.”

La cosa iba en serio, apenas tres semanas después los estatutos constitutivos de la BPCC fueron sellados y firmados en Oviedo por el gobernador civil. De su lectura destaca el carácter autónomo de la organización, sin vínculos de dependencia con entidades públicas o privadas, un hecho infrecuente pues implicaba tener que asumir la responsabilidad de la financiación, característica que le iba a permitir desarrollarse con libertad. La idea de la acción particular e independiente era algo que ya se adelantaba en el manifiesto: “Tiene ésta la ventaja sobre la oficial de una mayor adaptación a las circunstancias, y una evolución más rápida que lo que permitiría la acción siempre burocrática del Estado.”


En los estatutos se detallaba el modelo organizativo y la responsabilidad del proyecto quedaba en manos de un Patronato de once miembros. A los firmantes del manifiesto se añadieron tres personas de más edad, conocidas y respetadas a nivel regional, que se incorporaron al proyecto para darle más prestigio y credibilidad, lo que equilibraba la posible inexperiencia y evidente juventud de los promotores de la biblioteca. En los estatutos se constituían tres comisiones —selección y adquisición de libros, propaganda cultural y encargada del local— que iban a estructurar y sustentar el desarrollo de la biblioteca. Su fin principal, expresado en los estatutos constitutivos, era elevar el nivel cultural del pueblo. Entre los integrantes del patronato quien asumió mayores responsabilidades fue Vicente Loriente Cancio, el único de ellos que pasaba a formar parte de las tres comisiones y que, desde su fundación hasta su cierre, fue la persona que más se involucró en el desarrollo de la biblioteca.

Como fue señalado en 1933 por el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones, la Biblioteca Popular Circulante de Castropol representa un caso particular en la historia de las instituciones bibliotecarias. Una entidad cultural de iniciativa popular, fundada en un medio rural alejado de grandes núcleos urbanos, que desarrolló una red de bibliotecas que funcionaban de manera autónoma bajo la coordinación de una biblioteca central, en varios concejos del occidente asturiano. La calidad de sus publicaciones, la importancia y variedad de actos culturales organizados durante su existencia, las relaciones interbibliotecarias que mantuvo con bibliotecas de varios países, su defensa de la cultura de la aldea frente a la creciente migración y la invasión del medio rural por la cultura urbana, hicieron de la BPCC un ejemplo de institución al servicio del pueblo.

La cultura de la aldea


No es la difusión de la lectura entre los campesinos obra de un interés artificiosamente imaginado por los que andamos entre libros, sino algo de un interés bien real y con raíces en el alma popular.
María Moliner


La importante labor desarrollada por la BPCC durante casi tres lustros sigue llamando la atención cien años después. Su organización y funcionamiento todavía representan un modelo para los que se dedican a planear sistemas coordinados de bibliotecas. Los objetivos que perseguían los responsables de esta institución aparecen en el manifiesto constitutivo, el principal entre ellos era la difusión de la cultura utilizando los libros como vehículo trasmisor, una herramienta que podía acercar el conocimiento a todos los lugares, por muy aislados que se encontraran: “Esta Biblioteca pondrá al alcance de todos, aquellos libros que, encerrando un concepto elevado del pensamiento, ayuden a conocer mejor la vida y depuren la sensibilidad.”



En el título del manifiesto, “Por nuestra cultura”, hay una palabra clave, “nuestra”, ya que, desde su creación, la biblioteca dio gran importancia a la cultura tradicional de la comarca. Sus fundadores pensaban que el aldeano, habitante del medio rural, no necesitaba emigrar y desarraigarse para conseguir una formación profesional y un nivel cultural aceptable. El problema residía en el abandono al que estaban condenados por parte de los diferentes niveles de gobierno y las instituciones, un hecho sostenido que los llevaba a sufrir una carencia de medios y oportunidades para acceder a un conocimiento que complementara la herencia cultural de la que eran portadores. Todo esto sucedía en un momento histórico en el que la corriente social se estaba decantando hacia lo urbano y dejaba de lado lo rural como algo arcaico. Los fundadores de la biblioteca de Castropol, se unieron en defensa de la sociedad campesina frente a la expansión ciudadana, ellos creían que la evolución correcta estaba en desarrollar la cultura rural, no en abandonarla. La bibliotecaria y filóloga María Moliner subrayó el trabajo del grupo de Castropol al señalar que sus responsables trataban de, “educar la sensibilidad de los aldeanos, conservándoles, y esto es lo esencial y digno de ser notado, el gusto por sus cosas y por su vida rural.”



Una labor, reconocida en su época por personalidades y entidades relacionadas con la educación y la cultura, que permaneció relegada al olvido durante los años de dictadura y fue recuperada posteriormente en el libro, Memoria de la Biblioteca Popular Circulante de Castropol. Una investigación que dejó constancia tanto de ese impresionante trabajo como de la importancia de la institución, para situarla en el lugar que le corresponde dentro de la historia cultural del siglo xx.

La publicación del manifiesto para anunciar la creación de una biblioteca popular circulante era un intento de cambiar la corriente socio cultural que en, el transcurso del siglo, fue inundando el medio rural hasta ahogarlo. Los responsables de la Biblioteca sabían que era el momento de hacer algo y apuntaban la necesidad de, “una vigorosa acción cultural, que capacite al pueblo para regirse por sí mismo.”

A partir de entonces, ese proceso de desaparición fue consumándose hasta el final de la década de los ochenta, que es cuando podemos decir que la cultura de la aldea comenzó su agonía definitiva a medida que iba desapareciendo la última generación de mujeres y hombres que vivían en el medio rural del mismo modo que lo habían hecho sus ancestros. Una forma tradicional de vida que se terminó con ellos.

Las nuevas generaciones salieron del medio rural para ir a estudiar y vivir a las ciudades, sólo regresaban algunos fines de semana o durante las vacaciones a los pueblos, donde se mantenían los más viejos a pesar de que sus hijos y nietos habían abandonado su lugar de origen. A partir de entonces, las casas familiares que no fueron desatendidas hasta convertirse en ruinas, empezaron a reformarse y desaparecieron partes básicas de su estructura que ya eran innecesarias: las cuadras se convirtieron en comedores y salones, los pajares en habitaciones y algunas de ellas fueron reconvertidas en hospedajes rurales. Comenzó el fenómeno que ahora llaman la España vacía, localidades o aldeas que sólo se habitan en verano cuando la gente regresa a sus pueblos y los turistas llegan a ocuparlos.

Prácticamente desapareció la cultura de la aldea, se quedó como un recuerdo añorado por unos y enterrado por otros. Esa es la realidad y ahora, prevalecen los vestigios de aquella cultura que, como símbolos, son aprovechados por el poder político y económico como propaganda turística; utilizados para atraer a quienes dan de vivir a los que también llegan para atenderlos y prestar sus servicios. Un turismo que no aporta nada más que eso, la fundamental derrama económica. Quizás, al no vivir de ello, no puedo decir nada y será por eso que no termino de entenderlo, soy de los que añoran esa cultura por haber tenido el privilegio de conocerla y apreciarla cuando, aunque enferma de muerte, todavía estaba viva.



El manifiesto “Por nuestra cultura”, marca en el calendario la fecha del 20 de octubre de 1921 como el inicio de un proyecto de la Biblioteca Popular Circulante de Castropol, una experiencia de logros reconocidos, que confirma la posibilidad de preservar y desarrollar la cultura rural y aldeana —liberada de toda la carga peyorativa con que después se fue estigmatizando tan bella palabra— de los embates del proceso de desarrollo expansivo de una sociedad urbana que, como ya preveían sus promotores en aquellos lejanos años, era un peligro para la supervivencia de las tradiciones más antiguas y valiosas. Un esfuerzo cultural que años después, en el fatídico treinta y seis, quedó frustrado con violencia —como tantas cosas que se estaban desarrollando en este país— por un golpe de estado sangriento, aberrante hecho histórico que una parte de nuestra sociedad quiere justificar para evitar que sea analizado y calificado como debería, no como algunos quieren explicarlo ahora sacando los hechos de contexto para tergiversar la historia. No se trata de condenar, sino de no olvidar; son experiencias históricas extremas que dejan un costo tan alto en la sociedad que las sufre que sólo se puede compensar si aprendemos de lo sucedido para que no se repita.

Vaya el merecido homenaje del recuerdo a aquellos hombres y mujeres que apostaron por la cultura y se entregaron a la labor de divulgarla al servicio de sus vecinos y coterráneos. Es hora de nombrar a Agustín García, María Ramona Penzol, Manolo Marinero… y el largo etcétera que forma la nutrida lista donde caben todos los promotores de la Biblioteca junto a los lectores que gozaron de aquellos libros o asistieron a alguno de los eventos organizados por la biblioteca en forma de fiestas, conciertos, teatro, conferencias, exposiciones o cine… llevado en esa época a las aldeas a lomo de mulas.


Todos ellos sostuvieron y dieron vida a ese sueño, cuando aún era posible soñar con una cultura tal como se define en el diccionario de María Moliner, “como cultivo de los conocimientos no especializados, adquiridos mediante las experiencias, el estudio, las lecturas, los viajes, etc.” Cultura como conjunto de saberes e ideas ancestrales o de la época. Cultura como reflejo de la actividad intelectual y espiritual de la humanidad.

Desde aquellos tiempos en que se publicó el manifiesto hasta llegar a nuestros días ha pasado un siglo completo, una sucesión de etapas y momentos históricos que dejaron su huella para marcar la cultura de nuestra sociedad actual. Guerra Civil y postguerra; años de fame y aislamiento; nacionalsocialismo y tardofranquismo; monarquía impuesta; transición engañosa y precaria democracia; falaces gobiernos con la patente de las dos españas; subcultura del pelotazo, de burbuja inmobiliaria y las crisis sucesivas…; y por último la pandemia, que vino a contener esa cultura banal del ocio y el bienestar que nos empeñamos en querer recuperar a toda costa en medio de la general desubicación.

En definitiva, el devenir histórico de un siglo que trajo un proceso de aculturación. Los resultados están a la vista y a debate: ¿avance o involución?; ¿tradición, modernidad o postmodernidad?; ¿culturalismo, culturización o transculturización?; ¿cultura cibernética o erudición virtual por instrucción digital automática como fuente de alimentación intelectual y artística? Un mogollón suficiente para desorientarse y darnos cuenta que tenemos bastantes probabilidades de haber perdido el norte.

Hay diferencia entre el mundo que entonces vivían aquellos castropolenses promotores de la biblioteca y el que se vive hoy día en cualquier capital de concejo del medio rural asturiano, en pueblos y aldeas no del todo despobladas. Los responsables de la BPCC fueron visionarios, olieron el peligro y decidieron actuar, sustentando, defendiendo y promoviendo la cultura de la aldea; eran conscientes de ella porque sabían que era auténtica y les pertenecía, por eso el manifiesto centenario que hoy recordamos se llama “Por nuestra cultura”. Tenían claro algo que actualmente, en estos tiempos turbios y difíciles que vivimos, algunos no sabemos y otros hemos olvidado; por eso cabe preguntarse: ¿tenemos ahora claro qué cultura podemos considerar nuestra?

Es el momento de transcribir un párrafo del manifiesto para que veamos el diagnóstico que aquellos jóvenes asturianos hacían de lo que pasaba en el país a nivel intelectual. Al leerlo comprobamos que la situación, después del siglo transcurrido, no ha mejorado mucho… está casi peor:

“En general, el español de hoy vive con la vaga noción de unos cuantos tópicos convencionales acerca de su pasado, presente y porvenir […]. No es extraño, por tanto, que en nuestro país sean moneda corriente artículos, libros y discursos completamente ajenos a todo razonamiento que en otra parte solo provocarían la befa general. Y así la soberanía, que nominalmente está vinculada en el pueblo, resulte en la práctica —por incapacidad de éste— abandonada a oligarquías que la utilizan al servicio de sus intereses.”

El manifiesto que hoy recordamos fue el principio de la truncada historia de la Biblioteca Popular Circulante de Castropol y su red de bibliotecas filiales. Una entidad ejemplar que desarrolló un singular proyecto cultural dirigido a todos los habitantes de la comarca sin distinción de clases o ideologías. Una historia que fue posible gracias a la participación de hombres y mujeres que se entregaron, con espíritu altruista, a una labor educativa en servicio de sus paisanos con la fuerza que da la convicción de estar haciendo algo absolutamente necesario para el avance cultural de la sociedad a la que pertenecían. Creían que los libros, integrados en una biblioteca bien planificada, podían conseguir aquello que el escritor y economista asturiano Valentín Andrés Álvarez había escrito en el número de El Aldeano dedicado al décimo aniversario de la entidad cultural:

“Cuando a una aldea remota llega una carretera se pone en relación con el mundo, cuando llega allí una biblioteca se pone en relación con el universo.”





Enlace con el artículo:

https://www.nortes.me/2021/10/28/por-nuestra-cultura-a-cien-anos-del-manifiesto-constitutivo-de-la-biblioteca-popular-circulante-de-castropol/  




No hay comentarios:

Publicar un comentario