jueves, 20 de agosto de 2020

Bukowski y las bibliotecas


Artículo publicado en la revista Educación y Biblioteca y en la revista literaria Biblioteca de México.

 Bukowski y las Bibliotecas:
Las fuentes que emborracharon al bebedor


Xabier F. Coronado

Hablar de Charles Bukowski siempre es complicado, la sola mención de su nombre levanta de inmediato polémica, pasiones encontradas y muchos juicios que casi nunca se acercan a la realidad de su legado: una extensa obra literaria que abarca más de mil cien poemas publicados en una veintena de volúmenes; seis libros de relatos; una recopilación de sus artículos periodísticos publicados en la prensa alternativa; un libro de viajes que recoge las experiencias de su viaje a Europa; un diario de los últimos años de su vida, publicado cuatro años después de su muerte; un guión cinematográfico que se materializó en la película Barfly dirigida por Barbet Schroeder; y seis novelas, todas ellas autobiográficas a excepción de Pulp, el último libro que el autor escribió y que se publicó el mismo año de su deceso.

Ante un quehacer literario de semejante alcance, la mayoría de las veces suenan triviales todas las críticas, tanto a favor como en contra, no fundamentadas en un estudio serio y profundo del mismo. Un estudio que debe eludir la limitación que supone caer en tópicos como sexo, alcoholismo, machismo misógino, escritor maldito, literatura chatarra, etc; que es una de las flaquezas comunes al analizar la obra de Bukowski.

La intención del presente estudio no es satisfacer estas carencias, tan sólo se pretende analizar la relación que el autor mantuvo con una institución que a todos nos interesa: la Biblioteca Pública. Lo haremos a través de sus propios textos, es decir, investigando entre todos sus escritos las referencias que el autor hace a las bibliotecas públicas. Esos escritos que revelan el vínculo Bukowski/bibliotecas nos permiten descubrir qué autores leía, quiénes le interesaban más y a cuáles rechazaba. En consecuencia intentaremos determinar quiénes, entre todos ellos, ejercieron algún tipo de influencia en su estilo convirtiéndose, de esta manera en las fuentes que emborracharon al bebedor.

Reseña biográfica

Henry Charles Bukowski, o más bien Henry Chinaski o Hank, cualquiera de esos nombres corresponde a la misma persona, real o ficticia, nace en Audernach, Alemania en 1920, hijo de padre estadounidense y madre alemana. Su padre había ido a Alemania durante la I Guerra Mundial y permanece allí unos años después de casarse. En 1923 viajan a Los Angeles, California, y se instalan en el East Hollywood, un barrio pobre y marginal. Los años duros de la recesión económica marcan su infancia y juventud. Tiene una relación muy violenta con su padre que queda rememorada y bien detallada en varios poemas, relatos y en la novela La senda del Perdedor. Esta difícil

convivencia con un padre autoritario y agresivo marcará de una manera definitiva su carácter.

En la escuela no muestra mucho interés por los estudios y se junta con los marginados de la clase, esa atracción hacia lo marginal y el rechazo a los que se encuadran en lo establecido sería una de las constantes en sus relaciones. Muy joven comienza a beber en casa de un amigo cuyo padre, ex-alcohólico, tenía el sótano lleno de barriles de vino. Su primera experiencia con la bebida le entusiasma. Al referirse a ella deja claro cual va a ser su relación con el alcohol durante toda la vida: “Bebí un poco más. Cada vez sabía mejor. Cada vez me sentía mejor.(...). Nunca me había sentido tan bien. Era mejor que masturbarse.(...). Fui de barril en barril. Era mágico ¿Por qué nadie me había hablado de esto? Con ello, la vida era grandiosa, el hombre era perfecto, nada podía afectarle”i.

Comienza a sentir necesidad por escribir desde muy joven. Esta inclinación es rechazada por su padre que proyecta para Hank el futuro exitoso, a nivel económico y social, que él no pudo lograr. Tiempo después, su padre descubre sus relatos y los arroja por la ventana junto con el resto de sus cosas.

Su padre lo matricula en la escuela superior de Chelsey, un colegio de ricos, para estudiar la secundaria. La diferencia social y económica con sus compañeros aviva la segregación que sufre y el rechazo que siente hacia ellos. Al terminar se matricula en la universidad para estudiar periodismo pero, antes de dos años, abandona los estudios.

Los trabajos eventuales se suceden, vive en pensiones baratas y se dedica fundamentalmente a emborracharse. Escribe relatos que envía a las revistas especializadas pero todos, excepto uno, son rechazados. Hasta los 35 años su vida se pierde en una niebla de alcohol, en los ambientes lumpen de la ciudad de Los Angeles.

Consigue trabajo en la oficina de correos, comienza a escribir poesía y a publicar en varias revistas. Su vida gira en torno al trabajo, la bebida, la escritura y sus relaciones tumultuosas con diferentes mujeres.

A los 50 años se da cuenta que necesita más tiempo para dedicarse a escribir y cumplir su deseo de convertirse en escritor profesional. Armándose de valor renuncia al trabajo y se encierra en su casa. En menos de un mes escribe su primera novela titulada Cartero. La novela es publicada por Black sparrow press, editorial creada en 1976 por John Martín para dar a conocer la Bukowski.

A partir de este momento su trayectoria como escritor va en un continuo ascenso, no sólo por el número de obras escritas y publicadas, sino por su creciente popularidad. Curiosamente este despegue se produce primero en Europa, más concretamente en Alemania, donde a principio de los años 80 comienza a vender miles de libros. La marea de popularidad que lo acredita en el viejo continente se extiende a su país, donde hasta ese momento no dejaba de ser un escritor leído por minorías.

El boom Bukowski se generaliza. Sus libros son traducidos a varios idiomas y las ediciones y reimpresiones de sus obras se suceden. Siguió escribiendo y levantando polémica hasta su muerte ocurrida en 1994. Su historia, agitada y poco convencional, ha quedado reflejada en una obra esencialmente autobiográfica, que trasmite la disputa

entre la angustia y la pasión por la vida que Charles Bukowski sostuvo durante toda su existencia.

Las Bibliotecas

Poemas, narraciones, relatos o artículos periodísticos, además de un prólogo que hace en la edición del libro Pregúntale al polvo de John Fante; sirven a Bukowski para contarnos todo aquello que descubrió en las bibliotecas públicas: quiénes frecuentaban las salas de lectura en aquellos años de crisis y guerras, qué libros llenaban los anaqueles, qué lecturas le dijeron algo, quiénes fueron sus autores favoritos y a cuáles rechazaba. Son textos directos, ásperos, sin ningún tipo de concesión, a nada ni a nadie. En ellos se refleja esa difícil relación con un escenario, la biblioteca, que aunque no le era hostil, siempre cuestiona.

Es durante la época de adolescencia y juventud cuando se hace visitante asiduo y lector compulsivo de la Biblioteca Pública de Los Angeles. El contacto con los libros le harían convertirse durante su juventud en un bibliófilo. Allí conocerá las obras de narradores, poetas, ensayistas y demás escritores que firman los libros acumulados en las estanterías. Estas lecturas le harán inclinarse a la escritura, configurarán su carácter e influirán en su estilo como poeta y narrador. También se va a modelar en él una visión crítica sobre los escritores que prevaleció en su pensamiento durante toda su existencia.

(...) yo era un lector/ entonces/ que iba de una sala a/ otra: literatura, filosofía,/ religión, incluso medicina/ y geología./ muy pronto/ decidí ser escritor,/ pensaba que sería la salida/ más fácil/ y los grandes novelistas no me parecían/ demasiado difíciles./ tenía más problemas con/ Hegel y con Kant./ lo que me fastidiaba/ de todos ellos/ es que/ les llevara tanto/ lograr decir algo/ lúcido y/ o/ interesante./ yo creía/ que en eso/ los sobrepasaba a todos/ entonces./ descubrí dos/ cosas:/ a) que la mayoría de los editores creían que/ todo lo que era aburrido/ era profundo./ b) que yo pasaría décadas enteras/ viviendo y escribiendo/ antes de poder/ plasmar/ una frase que/ se aproximara un poco/ a lo que quería/ decir./ entretanto/ mientras otros iban a la caza de/ damas,/ yo iba a la caza de viejos/ libros,/ era un bibliófilo, aunque/ desencantado,/ y eso/ y el mundo/ configuraron mi carácter.(...)ii

El primer contacto con los libros es decepcionante, pero mantiene la esperanza de encontrar al menos uno, aunque para ello tenga que beberse todos los tomos.

Yo era joven, pasaba hambre, bebía, quería ser escritor. Casi todos los libros que leía pertenecían a la Biblioteca Municipal del centro de Los Angeles, pero nada de cuanto me caía en las manos tenía que ver conmigo, con las calles, ni con las personas que me rodeaban. Me daba la sensación de que todos se dedicaban a hacer juegos de prestidigitación con las palabras, que aquellos que no tenían prácticamente nada que decir pasaban por escritores de primera línea. Sus libros eran una mezcla de sutileza, artesanía y formalismo, y era esto lo que se leía, se

enseñaba en las escuelas, se digería y se transmitía. Era un invento cómodo, una Logocultura ingeniosa y prudente. Había que volver a los autores anteriores a la Revolución Rusa para encontrar algo de aventura, un poco de pasión. Había excepciones, pero eran tan escasas que se agotaban rápidamente y uno se quedaba sin saber qué hacer ante las filas interminables de libros insípidos. A pesar de todo lo que podía haberse aprendido en los siglos precedentes, los autores modernos no eran lo que se dice muy hábiles.

Cogía de las estanterías un libro tras otro. ¿Por qué nadie decía nada? ¿Por qué no alzaba nadie la voz por encima de la de los demás?

Probé en las distintas secciones de la biblioteca. La sala de Religión me pareció un páramo tan vasto como inútil. Fui a la de Filosofía. Di con un par de alemanes resentidos que me estimularon una temporada, hasta que los olvidé. Probé con las matemáticas, pero las matemáticas superiores no se diferenciaban de la religión.(¿) no me afectaban en absoluto. Lo que yo buscaba no se encontraba al parecer en ninguna parte.

Probé con la geología, y al principio sentí cierta curiosidad, pero me resultó insustancial a la postre.

Descubrí ciertos libros sobre cirugía y me gustaron los libros sobre cirugía: las palabras eran nuevas y maravillosas las ilustraciones. En concreto, me gustaron y memoricé los detalles de las operaciones del mesocolon.

Al final abandoné la cirugía y volví a la gran sala abarrotada de autores de novelas y cuentos.iii

Anduve por la biblioteca mirando libros. Los saqué de sus estantes, uno por uno. Pero todos eran un camelo. Eran sosos y pesados. Páginas y páginas de palabras sin sentido. Y si lo tenían tardaban mucho en desarrollarlo, y cuando lo hacían ya estabas demasiado cansado para que te importara en absoluto. Probé libro tras libro. Seguramente, entre todos esos libros tenía que haber uno.iv

Su relación con la biblioteca se convierte en una apasionada búsqueda de libros que le interesen. A pesar de encontrar la mayoría de ellos aburridos, poco a poco se van definiendo sus gustos. El primer autor que le interesa es Upton Sinclair, al que siguen otros como Sinclair Lewis y E. E. Cummings. Cuando descubre a D.H. Lawrence le atrae hasta el punto de leer todo lo que hay disponible en las estanterías de la biblioteca. De Lawrence pasa a Huxley, Dos Passos, Sherwood Anderson,... y por fin descubre a Hemingway, quién en esa época de juventud se convertiría en un ejemplo a seguir. Se siente atraído por la literatura rusa, afirma que no le gusta Tolstoi, pero disfruta con Turgueniev y Gorki. Así describe Bukowski ese primer contacto con toda la literatura que la biblioteca le ponía al alcance de sus manos:

Seguí sacando los libros de sus estantes. El primer libro auténtico que encontré estaba escrito por un tal Upton Sinclair. Sus párrafos eran simples y llenos de furia.

Escribía con furia. Escribía sobre las inmundas cárceles de Chicago. Decía las cosas lisa y directamente. Entonces encontré a otro autor, su nombre era Sinclair Lewis y el libro se llamaba Calle Mayor. Mondaba las capas de hipocresía que cubrían a la gente. Pero parecía carecer de pasión.

Volví en busca de más libros. Me leía cada libro en una sola tarde.(...) Y mientras mi mano estaba ahí, alcancé el libro siguiente. Estaba escrito por D.H. Lawrence. Abrí el libro al azar y comencé a leer. Trataba sobre un hombre frente a un piano. Al principio parecía una falsedad. Pero seguí leyendo. El hombre del piano estaba turbado. Su mente soltaba cosas. Cosas oscuras y curiosas. Los párrafos de las páginas eran densos como un hombre que gritara, no “Joe, ¿donde estás?”, sino más bien “Joe, ¿dónde hay algo?”. Ese era Lawrence el de los párrafos espesos y sangrientos. Nunca me habían hablado de él. ¿Por qué ese secreto? ¿Por qué no se le hizo publicidad?

Leí un libro por día. Me leí todo D.H.Lawrence en esa biblioteca.

Me leí todos los libros de D.H. y esos me condujeron a otros. A H.D., la poetisa. Y Huxley, el más joven de los Huxley y amigo de Lawrence. Todo me vino de golpe. Un libro me llevaba al siguiente. Así descubrí a Dos Passos. No era demasiado bueno, realmente, pero sí lo bastante. Su trilogía sobre los Estados Unidos me costó leerla más de un día. Dreiser no me gustaba. Sherwood Anderson sí. Y entonces vino Hemingway. ¡Qué subyugante! Sabía como escribir una línea. Era puro gozo. Las palabras no eran abstrusas sino cosas que hacían vibrar tu mente. Si las leías y permitías que su hechizo te embargara, podías vivir sin dolor, con esperanza, sin importarte lo que pudiera sucederte.v

Una búsqueda tan frenética y tenaz tenía que terminar logrando su objetivo, entonces apareció ese uno, el libro que buscaba, el que iba a satisfacer sus expectativas de lo que debe ser un relato: entretenido, fluido y sincero. El milagro se había producido.

Seguí recorriendo la sala general de lectura, cogiendo libros de los estantes, leyendo unas cuantas líneas, unas cuantas páginas, y dejándolos en su sitio a continuación.

Pero cierto día cogí un libro, lo abrí y se produjo un descubrimiento. Pasé unos minutos hojeándolo. Y entonces, a semejanza del hombre que ha encontrado oro en los basureros municipales, me llevé el libro a una mesa. Las líneas se encadenaban con soltura a lo largo de las páginas, allí había fluidez. Cada renglón poseía energía propia y lo mismo sucedía con los siguientes. La esencia misma de los renglones daba entidad formal a las páginas, la sensación de que allí se había esculpido algo. He allí, por fin, un hombre que no se asustaba de los sentimientos. El humor y el sufrimiento se entremezclaban con sencillez soberbia. Comenzar a leer aquel libro fue para mí un milagro tan fenomenal como imprevisto.

Tenía tarjeta de lector. Rellené la hoja del servicio de préstamo, me llevé el libro a casa, me tumbé en la cama, me puse a leerlo y mucho antes de acabarlo supe que había dado con un autor que había encontrado una forma distinta de escribir. El

libro se titulaba Pregúntale al polvo y el autor se llamaba John Fante. Tendría una influencia vitalicia en mis propios libros. Acabé Pregúntale al polvo y busqué más libros de Fante en la biblioteca. Encontré dos. Dago Red y Espera a la primavera, Bandini. La calidad era la misma, se habían escrito con el corazón y las entrañas y no hablaban de otra cosa.vi

Desde el primer día la figura de la bibliotecaria le interesa. Esta atracción que ejerce sobre Bukowski se basa no sólo en el hecho de ser una mujer, sino que también le seduce su porte, su forma de estar, su manera de desempeñar el trabajo, en suma, siente fascinación por ella. Entre él y la bibliotecaria se establece una relación ambivalente que no está exenta de un juego de insinuaciones en el cual el joven Hank manifiesta todos los vacíos que arrastra en su trato con las personas que le rodean.

Descubrí La Biblioteca Pública de la Ciénaga. Obtuve un carnet de lector. La biblioteca estaba cerca de la vieja iglesia de West Adams. Era muy pequeña y sólo había una bibliotecaria. Ella tenía mucha clase. Tenía 38 años y ya su pelo era completamente blanco y recogido en un apretado moño sobre su nuca. Su nariz era afilada y poseía unos ojos verde-profundos tras unas gafas sin montura. Me sentí como si ella conociera todas las cosas. (...) Cada día andaba hasta la biblioteca en Adams esquina Brea y ahí estaba mi bibliotecaria, severa, infalible y silenciosa.(...) Pasaba el día dando vueltas y echando miradas furtivas a mi bibliotecaria(...) Leí un libro por día. Me leí todo D.H.Lawrence en esa biblioteca. Mi bibliotecaria comenzó a mirarme de forma rara cuando le pedía los libros.

¿Cómo estás hoy?-solía preguntarme.

Eso siempre sonaba bien. Me sentía como si realmente me hubiera ido a la cama con ella.vii

...tenía tarjeta de la biblioteca/ y sacaba y devolvía/ libros,/ montones de libros,/ siempre hasta el/ límite/ de lo permitido:/ Aldous Huxley. D.H. Lawrence,/ e. e. Cummings, Conrad Aiken, Fiódor Dos,/ Dos Passos, Turguénev, Gorki,/ H.D.,Freddy Nietzsche,/ Schopenhauer,/ Steimbeck,/ Hemingway, etc./

siempre esperaba que la bibliotecaria/ me dijera: “qué buen gusto tiene usted joven.”/ pero la vieja/ puta/ ni siquiera sabía/ quién era ella,/ cómo iba a saber/ quién era yo.viii

El personaje de la bibliotecaria también sirve de protagonista para relatar sucesos extraños que sacan a Hank, nuestro lector vagabundo, de penurias económicas.

(...)/ en los viejos días/ hubo algunos momentos extraños:/ una vez, entrando a la biblioteca/ para devolver algunos libros/ paraste a la bibliotecaria justo/ cuando se

los estaba llevando:/ “un momento por favor...”/ (viste un filo verde)/ y abriste el libro y/ sacaste 3 de veinte y/ uno de diez./ (...)ix

Al cabo del tiempo, el ávido lector compulsivo en que se había convertido Bukowski, ya no encuentra libros que le entretengan, entonces el recinto es utilizado para pasar el rato y tratar de establecer contactos con otras personas que allí acuden. En sus recuerdos se vislumbran estos personajes que llaman la atención del escritor

La biblioteca era de los sitios más deprimentes de los que iba. Me había quedado sin libros para leer. Al rato tan sólo aferraba algún libro gordo y me iba por ahí a mirar a las chicas. Siempre había una o dos en el edificio. Me sentaba a tres o cuatro sillas de distancia, pretendiendo que leía el libro, intentando parecer inteligente, deseando que alguna chica enganchara conmigo. Sabía que yo era feo, pero pensé que si aparentaba ser lo suficientemente inteligente tendría alguna oportunidad. Nunca funcionó. Las chicas sólo tomaban notas en sus cuadernos y luego se levantaban y salían mientras yo observaba cómo sus cuerpos se movían mágica y rítmicamente bajo sus limpios vestidos. ¿Qué habría hecho Máximo Gorki bajo esas circunstancias?x

Una vez abandonados los estudios, se marcha del hogar paterno. Cuando esto sucede y ante la perspectiva de cambiar de residencia, su conexión con las bibliotecas le hace asegurar:

Con la primera paga que tenga, pensé, me voy a alquilar una habitación cerca de la Biblioteca Pública de Los Ángeles.xi

El joven Bukowski alternaba la estancia diaria en las bibliotecas con la presencia nocturna en los bares. En esos dos lugares, absolutamente opuestos, transcurrían sus días. Eran sus dos “templos”, en los únicos que se sentía a sus anchas y se debatía en una esquizofrénica dualidad de comportamiento, dependiendo de en cuál de los dos espacio se encontrara.

Siendo muchacho dividí en parte iguales el tiempo/ entre los bares y las bibliotecas;/ (...) / si tenía un libro o un trago entonces no pensaba demasiado/ en otras cosas, los tontos crean su propio / paraíso./ en los bares pensaba que era rudo, quebraba cosas, peleaba/ con otros hombres, etc.../ en la bibliotecas era otra cosa: estaba callado, iba/ de sala en sala/ (...)/ sí las bibliotecas ayudaron; en mi otro templo, los bares,/ era otra cosa, más simplista, el/ lenguaje y el camino era diferente.../ días de bibliotecas, noches de bares/ (...)xii

Comienza a sobrevivir realizando trabajos que no requieren ningún tipo de especialización. Le pagaban lo justo para poder emborracharse y vivir en cuartuchos de mala muerte de barrios marginales en Los Angeles y otras ciudades norteamericanas. Comienza una etapa oscura, los llamados “años perdidos”, que van de sus 25 a 35 años, durante los cuales no escribe nada y se dedica a vivir la vida sin más objetivo que poder volver a beber para superar la resaca del día siguiente. Contrariamente a lo que pudiera pensarse, en esta época es cuando más asiduo se hace a las bibliotecas, no sólo por el hecho de leer, sino porque también le proporcionan una serie de servicios como son baños para asearse y anónima hospitalidad en sus salas de estudio. Allí encontramos otros visitantes habituales de aquellas salas, los vagabundos y marginados, que buscan entre esas paredes un refugio donde abrigarse del frío y descansar de las noches callejeras, un lugar para lavarse y hacer sus necesidades fisiológicas.

(...)la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles/ seguía siendo/ mi hogar/ y el hogar de muchos otros/ vagabundos./ discretamente utilizábamos los/ aseos/ y a los únicos que/ echaban de allí/ era a los que/ se quedaban dormidos en las/ mesas/ de la biblioteca; nadie ronca como un/ vagabundo/ a menos que sea alguien con quien estás/ casado.xiii

(Cuando tenía morapio en abundancia no iba por la biblioteca. Una biblioteca era un lugar estupendo para pasar el rato cuando no se tenía nada para comer o beber y cuando la dueña de la casa le perseguía a uno con los recibos atrasados del alquiler. En la biblioteca, por lo menos, se podía ir al lavabo sin problemas.) Vi muchísimos compañeros de vagabundeo allí, y casi todos dormidos sobre el libro abierto.xiv

En su vagar por diferentes ciudades en ese viaje iniciático, que duró diez años y que le lleva a tomar la decisión de dedicarse a escribir, no deja de frecuentar las bibliotecas de los lugares que visita para seguir leyendo los libros que en ellas descubre y que dejan en él una huella más o menos duradera.

(...)/ recuerdo cuando leí a Turguenev / salía de una gran borrachera / y estaba viviendo / solo / me pareció un hijo de puta / sutil y divertido. / a Hemingway lo leía en todos lados, / a veces demasiado / y me hacía sentir valiente / y duro / hasta que un día / se volvió frío para mí, / peor que eso, / Ernie se puso irritante. / (...) / mi primer encuentro con Henry / Miller fue en un colectivo / a través de Arizona. / él era grande cuando hablaba de / la realidad / pero cuando filosofaba / se ponía etéreo / y tan seco y aburrido como / el paisaje de Arizona. / lo abandoné en el baño / de hombres de un bar / en la ruta. / conseguí el viaje de Céline / y lo leí todo de una vez. / (...) / leí los Apuntes del subsuelo de / Dostoievski / en una biblioteca de El Paso / después de pasar la noche / en un banco de la plaza / durante una tormenta de / arena. / cuando terminé ese libro / supe que tenía un largo / camino como / escritor. / no sé dónde leí a / T.S. Eliot / me hizo una abolladura chiquita /

que después desapareció. / hubo muchas habitaciones, / muchos libros, / (...) / Kafka. / Schopenhauer, Nietzsche, / Rabelais. / Hamsun. / (...)xv

Ellos son las fuentes en las que bebe con su característica avidez el joven Bukowski, son los que marcan su estilo dinámico, sencillo, directo y periodístico. Hacen de él un relator de experiencias propias, de escenas crudas, amargas y crueles de la vida de los perdedores, de los desahuciados, ésos que no fueron capaces de conectar con el American dream. A todo ello Bukowski añade sus palabras duras, a veces violentas, sin ninguna ornamentación literaria y con un lenguaje que todos entendemos. Así lo quería él trasmitir, sin tapujos, sin el fraude que percibía en la mayor parte de los libros.

Además de encontrar en las bibliotecas las fuentes en las que saciar su sed de lectura, Chinaski, el alter ego del autor, busca en ellas otro tipo de respuestas de carácter existencial. Confiesa que acudió a la biblioteca a indagar respecto a su conducta social, a sus sentimientos, a su falta de motivación, en definitiva a explorar las causas de su desencanto ante la vida.

Decidí que estaba loco, inhábil, y esto me hacía sentirme sucio. Fui a la biblioteca y traté de encontrar libros que hablasen sobre las causas que hacían sentir a las personas lo que yo estaba sintiendo, pero no había ningún libro, o si lo había, no lo pude entender. Ir a la biblioteca no era tampoco muy bonito- todo el mundo parecía tan cómodo, los bibliotecarios, los lectores, todos menos yo-. Tenía problemas incluso para usar los urinarios de la biblioteca, los tíos que había por allí, los desconocidos mirándome mear, todos parecían más fuertes que yo-despreocupados y seguros-.

Yo tenía una tarjeta de lector de la biblioteca y me iba allí todos los días. A ella no le había dicho nada de la cosa del suicidio. Mi vuelta a casa después de salir de la biblioteca era siempre un juego divertido. Yo habría la puerta y ella me miraba.

Pero ¿y los libros?.

Oye Vicki, no tienen ni un solo libro en toda la biblioteca.xvi.

Pero en los momentos de euforia, cuando había chicas, buena suerte en el hipódromo y bebida abundante, entonces es cuando Bukowski se liberaba de esa dependencia hacia la institución bibliotecaria, una adicción que le engancha durante muchos años.

¿quién necesitaba la biblioteca pública? ¿quién necesitaba a Ezra?

¿o a T.S. o a E.E.? ¿o a D.H. o a H.D.? ¿a cualquiera de los Eliot?

¿a cualquiera de los Sitwell?xvii

Para finalizar Bukowski hace una declaración clara respecto a las bibliotecas y lo que significaron en su vida. No sólo, como ya hemos visto, a nivel de influencias literarias, sino también en su forma de vivir.

(...) / la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles / muy probablemente evitó / que me convirtiera en un / suicida, / un ladrón / de bancos, / un tipo / que pega a su mujer, / un carnicero o / un motorista de la policía / y, aunque reconozco que // algo / a lo que aferrarme / y no parecía que hubiera / mucho. / (...)xviii

(...) / pero, ya saben, mi / vida como bibliófilo / quizá me haya apartado de /

matar a alguien / incluido / yo mismo. / me mantuvo lejos de convertirme /

en industrial. / me permitió soportar algunas / mujeres / que la mayoría

de los hombres / no hubieran soportado / me dio espacio, una / pausa /

me ayudó a escribir / esto. / (...)xix

Muchos años más tarde, siendo ya un escritor reconocido, Bukowski lee en el periódico la noticia de que un incendio destruyó la Biblioteca Pública de Los Angeles, entonces escribe un poema, (que transcribimos íntegramente en un recuadro aparte) en el que deja claro lo que esa vieja biblioteca había significado para él. En sus recuerdos prevalece un agradecimiento, una nostalgia casi romántica, que tiñe todas las historias que allí le habían sucedido; “el incendio de un sueño” es un poema reparador en el que el autor pone las cosas en su lugar y rinde un homenaje póstumo al lugar que tanto le había transmitido.

NOTAS

i La Senda del Perdedor, Compactos Anagrama. Tercera edición: marzo 1999. Pg.91

ii El incendio de un sueño, publicado en el libro Peleando a la contra, pgs.84-86. Compactos Anagrama, tercera edición: septiembre 1999

iii Charles Bukowski. Prólogo del libro Pregúntale al polvo de John Fante. Pg.10. Panorama de narrativas, Anagrama, 2001

iv La senda del perdedor, pg.148. Compactos Anagrama. Tercera edición: marzo 1999

v idem, op.cit. pgs.149-150

vi Prólogo del libro Pregúntale al polvo, op.cit. pgs.10-11

vii La senda del perdedor, op.cit., pgs.148-149

viii el incendio de un sueño, op.cit., pgs.87-88

ix las paredes publicado en Poemas, pgs.77-78. Editora AC, Argentina, 1995. (tomo I)

x La senda del perdedor, op.cit., pg.220-221

xi La senda del perdedor, pg.201.

xii Dias como navajas, noches llenas de ratas. La muerte se está fumando mis cigarros. Santiago de Chile: Bajo el volcán, 1996

xiii el incendio de un sueño, op.cit.pg.87

xiv Charles Bukowski. Prólogo del libro Pregúntale al polvo de John Fante. Pg.10. Panorama de narrativas, Anagrama, 2001

xv la palabra publicado en Poemas, op.cit., 54

xvi Relato De como andan los muertos, publicado en el libro Se busca una mujer, pg.177. Compactos Anagrama, novena edición: noviembre 1999

xvii Escritos de un viejo indecente, pg.42-43. Compactos Anagrama, séptima edición.: enero 2000

xviii Charles Bukowski, poema El Incendio de un Sueño,

xix la palabra, publicado en Poemas, op. cit., pg.56puede que alguno sea estupendo, / gracias / a mi buena suerte / y al camino que tenía que recorrer, / aquella biblioteca estaba / allí cuando yo era / joven y buscaba

el incendio de un sueño

 Charles Bukowski

el incendio de un sueño
la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
ha sido destruida por las llamas,
aquella biblioteca del centro
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.
Estaba sentado en uno de aquellos bancos
De piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
“¿ vas a alistarte en
la brigada
Abraham Lincoln?”
“claro”, contesté yo.
Pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión
más tarde.
Yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.
muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado difíciles.
tenía más problemas con
Hegel y con Kant.
lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y\
o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.
descubrí dos
cosas:
a) que la mayoría de los editores creían que
todo lo que era aburrido era profundo
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.
entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, pero
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.
vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.
mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial,
todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper’s
el Atlantic Monthly.
había leído que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.
la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.
bueno, yo no era realmente un
vagabundo, yo tenia tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite
de lo permitido:
Aldous Huxley. D.H. Lawrence,
e. e. Cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D.,Freddy Nietzsche,
Schopenhauer,
Steimbeck,
Hemingway, etc.
siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera:”qué buen gusto tiene usted
joven.”
pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.
pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fe y Li Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoría en
treinta o
incluso cientos.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.
También solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.
maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Ángeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MIUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO
James Thurber
John Fante
Rabelais
de Maupassant
algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstoi, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald
Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate
pero tales juicios provenían más
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.
la vieja Biblioteca Pública de Los Ángeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.
y cuando abrí el
periódico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había
le dije a mi
mujer:”yo solía pasar
horas y horas
allí...”
EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER
NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.




Xabier F. Coronado: "Bukowski y las bibliotecas: Las fuentes que emborracharon al bebedor", EDUCACIÓN Y BIBLIOTECA, 127 (2002), pp.6-12.



Las bibliotecas que emborracharon a Charles Bukowski
Revista:Biblioteca de México
Base de datos:CLASE
Número de sistema:000197676
ISSN:0188-476X
Autors:
Any:
Període:Ene-Abr
Número:73-74
Paginació:77-85
País:México
Idioma:Español
Tipo de documento:Ensayo
Enfoque:Descriptivo
DisciplinesLiteratura y lingüística
Paraules clau:Literatura y sociedad,
Bukowski, Charles,
Poetas malditos,
Bibliotecas,
"El incendio de un sueño",
Poesía,
Estados Unidos de América


1 comentario:

  1. Qué personaje. La verdad me atrae más su vida que su obra, y eso es triste. Creo que la pregunta que todo escritor debe hacerse es ¿qué busco? y la respuesta será su obra.

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